jueves, 25 de septiembre de 2008

Manifestaciones de dolor en los seres queridos.

(A Carolina, y sin rencores)

Todos somos seres tan distintos. Dios nos creó con individualidad única e irrepetible, que de la misma forma son nuestras reacciones frente a distintas situaciones de la vida.

Frente al Dolor podemos manifestarnos de distintas maneras, según sea el individuo que lo esté padeciendo. Y, aún más, este mismo individuo -nosotros mismos- puede mostrarse de diferentes modos ante un "mismo dolor" dependiendo de la etapa de la vida en que lo estamos sufriendo (niñez, adolescencia, adultez, vejez); dependiendo de si "este" dolor se repite nuevamente en nuestras vidas y anteriormente no lo enfrentamos o no reaccionamos como nos hubiese gustado; o bien, dependiendo incluso de cómo hemos ido evolucionando ante los distintos pasajes, avatares del camino que hasta la fecha nos ha puesto el destino. En cierta forma, dependiendo de la evolución de nuestro espíritu o alma.

Por mucho que los demás se cuestionen cuál es la verdadera forma en que nos encararíamos frente al dolor si fuésemos o nos comportáramos como siempre nos hemos mostrado ante ellos, no nos queda más que decirles que todas nuestras reacciones son nuestra verdadera forma de reaccionar. Eso somos nosotros. Y esas expresiones nos revelan tal cual somos en ese momento. Tal cual vivimos o sentimos en ese minuto.



Pero de todas las manifestaciones de nuestro dolor, quizás la más triste o, valga la redundancia, dolorosa para nuestros seres queridos se presenta cuando reaccionamos abatidos, con rabia o con el orgullo herido. Porque muestran al ser humano en su forma más pobre, decadente o primitiva y menos evolutiva. Porque todo lo que pudimos haber aprendido durante nuestra vida, se va a la cresta y podemos fácilmente caer (sin intención alguna) en una reacción bruta, salvaje o desquiciada. Nadie está libre de eso, creo yo. Nadie lo sabe. El asunto es, si nos damos cuenta a tiempo o no.

En cuanto a la rabia y al orgullo herido yo he reaccionado así, lo reconozco, pero gracias a Dios y quizás por mis creencias he alcanzado a darme cuenta y no he pasado más de una semana así. Porque desde pequeña he preferido calmar el dolor ajeno que puedo estar provocando, que el dolor propio; porque no puedo ver que alguien pueda sufrir a causa de mis sentimientos o reacciones; porque mi sentimiento de culpabilidad es mayor que el dolor mismo que pueda estar sintiendo.

Y esa forma de responder (con culpabilidad) después de mi rabia, tampoco es la forma ideal de reaccionar.

No puedo sentirme culpable de mis sentimientos o reacciones, pero sí RESPONSABLE, (y en eso he estado trabajado. Porque estoy aprendiendo a hacerme responsable de todos mis actos, porque DEBO hacerlo. No culpable (porque esa soy yo), pero sí asumir el costo (porque esa soy yo).


Reaccionar con ira y resentimiento puede enturbiarte el cerebro. obnubilarte de tal forma que no te deja ver más allá de tu orgullo herido. Y si esta reacción dura mucho más de una semana, dándonos o no cuenta de ello, sabiendo o no que está mal; hacemos tanto tanto daño, a nosotros (la persona que lo siente) como a la persona que con su actuar lo gatilló, como también para nuestros seres queridos. Incluso podemos meter en el mismo saco a personas que de una u otra forma tienen que ver con "ese actuar que gatillo" nuestra ira, pero no tiene más responsabilidad que el hecho de ser un personaje más en esta historia. Y así vamos creando más y más dolor inevitable e inútilmente.

Nos convertimos en un huracán, sólo destrucción, porque vamos consumiendo, destruyendo o extinguiendo todo lo que hemos construido en nuestra vida, el amor que nos tienen se puede ir agotando y sólo podemos generar lástima, penas y más dolor.

Y así, como somos grandecitos para tener que aceptar que nuestros actos o error conllevan efectos buenos, malos, alegres o tristes, también somos grandecitos para tener en cuenta que nuestra gente no puede hacerse cargo de nosotros, porque no le corresponde, porque es nuestra responsabilidad nuestra reacción.

Pueden acompañarnos, aconsejarnos, intentar dialogar con nosotros; pero no hacerse cargo, porque simplemente NO ES SU RESPONSABILIDAD. No les corresponde.

Y sin darnos cuenta a estos amigos, parejas, padres los vamos alejando de nosotros. Porque así como la alegría se contagia, la pena, la rabia también. Y generalmente no toda la gente le gusta acercarse a alguien que está pasando por una pena y menos cuando la siente con rabia a la vez. Lo sé por experiencia propia. Porque se han alejado. Porque me he alejado.

A veces tengo más tolerancia que los demás, porque intento ponerme en el lugar del otro, entenderlo y tratar de ayudarlo. Y quedarme con él aunque me haga daño. Pero llega un punto en que te das cuenta de que te estás haciendo cargo del dolor, los traumas (pasados o presentes, reales o ficticios) y vacíos emocionales del otro, haciéndolos propios; y viene el momento de partir, quizás no lejos, pero sí dejarlos solitos con sus irascibles emociones.

Porque por mucho que los queramos, amemos, idolatremos o simplemente nos duela dejarlos, no podemos seguir haciéndonos cargo de algo que no nos pertenece, y más aún si el otro no entiende o no quiere entender y sigue reaccionando de la misma forma.

Y debemos dejarlo que aprenda a no encargarnos sus traumas y dolores, dejarlo que aprenda a hacerse cargo de él mismo y de sus actos. Porque de otra forma, sin darnos cuenta, sólo le estamos haciendo un daño mayor: no le estamos dejando crecer.

No hay comentarios: